Por: Enver Basantes Moreno
Ayer visité una vez más la zona rural de Alausí, ahí en medio de las montañas, por sobre los 3900 msnm, donde el frío te hace sentir vivo y te colorea los cachetes en un santiamén.
Ahí donde habitan en un mismo escenario las grandes montañas, los restos de erupciones volcánicas, el bosque y los fósiles marinos, donde para llegar debes pasar por puentes estrechos y cascadas, caminos de tercer orden llenos de huecos y lodo, donde vuela el kurikinki y de vez en cuando el cóndor, esas montañas que desde la ciudad solo se las ve como ese “tapiz de retazos” que Lizandro Meza mencionaba en referencia a Nariño en su popular tema bailable.

En la parroquia de Achupallas, la más extensa de Alausí, se encuentran varios y muy interesantes atractivos turísticos, lagunas, cascadas, senderos, atractivos arqueológicos como las conchas petrificadas de la comunidad de Chicho Negro que forman parte de los fósiles marinos de los Andes y que llaman mucho la atención aunque para la comunidad pasan desapercibidos y son unas piedras en forma de conchas que un ingeniero les dijo que eran de hace millones de años y que hoy se encuentran en el patio de la escuelita Charles Darwin.

En esta escuelita que tiene alrededor de 40 estudiantes divididos en dos aulas se comparten varios cursos académicos, así como dos profes que dividen la pizarra entre los diferentes cursos que dictan en kichwa y castellano. –“La escuelita ya no es unidocente” –dice con orgullo la maestra que viaja diariamente desde Riobamba–, porque además de que “necesita el trabajito” siempre tuvo una gran vocación de maestra y no importa cuanto tenga que viajar para enseñar a sus niños y niñas.
–“Esta escuelita es para muchos la única educación que tendrán –comenta–, porque la mayoría no seguirá el colegio ya que el más cercano está en Totoras”. Esto les significa media hora de viaje en carro o moto y más de dos horas y media por caminos de a pie o chakiñan y de los que logren culminar su educación básica, muy pocos seguirán con el bachillerato –“y ni pensar en la universidad”, –menciona con tristeza–, porque para ello tendrían que migrar a Riobamba o a Quito y si ya van a migrar prefieren hacerlo a Estados Unidos porque según dicen “allá se trabaja duro y se gana bien”, por eso cada semana se van y cada vez queda menos gente en las comunidades.

Algunos llevan intentando dos o tres veces pasar y no lo logran, sin embargo, como ya están endeudados, lo van a seguir haciendo porque la única opción es llegar y empezar a pagar los miles de dólares que cuesta la peligrosa travesía.
Estas comunidades no tienen producción agrícola, hace rato dejaron de sembrar, porque por la distancia y las malas carreteras era muy difícil sacar los productos o traer los insumos, en lugar de los cultivos se hicieron grandes pastizales donde la gente pone a criar sus vaquitas con la esperanza de vivir de la leche porque, –aunque al precio que quiera el lechero– al menos venden todos los días ya que no muy lejana se encuentra una industria láctea.
En los filos de las vías se ven los pomos de leche esperando que el lechero llegue para llevarlos y procesarlos, ahí el litro se paga a veinticinco o treinta centavos, hasta treinta y cinco en el mejor de los casos y jamás se han enterado del precio de cuarenta y pico centavos que se supone es oficial, porque allá no hay señal de tv –por suerte–, llegan 2 o 3 emisoras de radio cuando no llueve y el periódico lo han visto de vez en cuando que bajan a la ciudad.

En este escenario, –que medio desalienta–, me siento junto a una docena de madres a compartir un plato de alimentos de la zona, ellas cargadas a sus wawas, cuchichean y se ríen al verme servir los platos para ellas, seguro no es algo habitual que les sirvan y mucho menos un hombre, entre contentas y sorprendidas, degustan los alimentos y los comparten con sus hijos en una vetusta aula pequeñita que en su portal tiene inscrito las iniciales CNH.

Allá no llegan las “megaobras”, ni las de los anteriores ni de los actuales gobernantes, allá ni siquiera han subido a pedir el voto porque como son tan poquitos, no son representativos para los números electoreros y como no se puede hacer bochinche mediático, entonces tampoco representa hacerles una escuelita decente o un centro infantil, total, ¿quiénes son ellos? Nadie, solo son quienes producen la leche que consumimos en la ciudad… (Léase en tono sarcástico)
Mientras los chicos y chicas salen al recreo, juegan con una pelota o en las resbaladeras y columpios, converso con dos chicas, creo que, de séptimo año, les pregunto: ¿qué sueñan? –En mi mente perfilo una respuesta: ser profesionales, estudiar la universidad, tener un buen trabajo y un montón de cosas más…pero no–, una de ellas responde que su sueño es reunirse con sus padres que se fueron a Estados Unidos, “que se acabe el año y que quizás en Navidad me pueda llevar”, porque aquí, aunque al cuidado de sus abuelos no le falta nada, quisiera que la familia estuviera unida. –“Ese es el sueño de casi todos aquí”, –me dice la profesora mientras sus ojos se llenan de lágrimas.
–Y usted profe, ¿qué sueña?, –se limpia los ojos y ríe–.
–“Que haya luz por lo menos” –me responde entre risas porque justo estábamos en el apagón de las 10h00–, luego ya fuera de broma dice que sueña con que sus niños puedan seguir estudiando y que no repitan lo que sus padres hicieron, “pero solo sueño no más es”– dice–,

“estas wawas han de ir al colegio y se han de embarazar y luego les veremos encargando sus hijos y saliendo a buscar mejores días fuera del país, mi sueño es que podamos vivir bien sin ir a otros países a que nos maltraten, porque usted cree que allá les tratan bonito, nunca, los mismos paisanos que ya tienen papeles les quitan los sueldos, les roban, les extorsionan, pero a los hijos no les cuentan todo lo que tienen que vivir allá y como los muchachos reciben dinerito para comprarse sus cosas entonces creen que es fácil y sueñan con irse también, si esto sigue así, vuelva en 5 años y va a encontrar solo a los abuelos y a unos cuantos niños”.
Todos se quedan fríos cuando les pregunto qué sueñan, porque jamás nos detenemos a pensar que vendrá después, ¿no debería también la escuela enseñarnos a soñar? quizás sí, pero en el sueño de unos cuantos que abrigamos la esperanza de que todo cambie, de que en medio de las dificultades las realidades vayan transformándose y que quienes siempre han sido olvidados por fin renazcan y resiembren la vida, yo sí sueño con que ese campo que nos da sustento sea valorado como se merece, que a nuestros campesinos y campesinas les demos el lugar que les corresponde, que se generen las condiciones para que puedan seguir produciendo y sosteniendo nuestra alimentación, siempre tendré esa ilusión porque conozco el campo y sé que ahí en el páramo, junto a la chukirawa también florece la esperanza.

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